domingo, 19 de abril de 2009

Air

Life is not measured by the number of times we breathe,
but by the number of times that we're left breathless.
-Alex Hitchens

viernes, 10 de abril de 2009

San Antonio de las Barrancas

Séptimo Día
Jueves, 2 de Abril, 2009
San Antonio de las Barrancas, San Luis Potosí

Las Cosas de Dios

Este día fue un día diferente a los demás. Este día pasearía entre una casa y otra para recibir mi alimento. Me da risa solo de pensar que varias personas, del rancho y desconocidas para mí, que he visto en una casa un día me ven en otra al día siguiente. Me rio al pensar que me están siguiendo, sin duda alguna pensarán que soy un vividor, y que me la paso comiendo de casa en casa. Desde la mañana el día sería distinto. Después del desayuno en casa de Mague, que ya descubrí es diminutivo de Margarita, y Tiquio regresaría para acompañar a Isaí a llevarles agua a unas yeguas a cierta distancia de aquí. Desayune y a mi retorno encontré que Isaí ya había partido, pues tenía que ir a atrapar una becerra que se había escapado. Aproveche esos momentos para estudiar y meditar.
Después de mi momento de estudio y oración salí para avisar a la familia que saldría a visitar a varias personas. La combinación del sol quemando y preocupación de Petra por mi color cutáneo hicieron que Florencio buscara un sombrero para cubrirme del sol. Florencio y Petra saldrían por unos días para descansar con su hija, pues los achaques de la edad y las enfermedades seniles arremetían duro en contra de ellos. Se me pidió que revisara una compresora de aire para inflar las llantas de la van, el terreno no es de lo más amigable con la construcción de las llantas, es más con el auto en general. Logré iniciar la compresora pero después de hacer su esfuerzo y proseguir pujantemente se apagaba. Tuvimos al final que hacer una mezcla de las piezas buenas de dos compresoras para obtener una que sirviera, un trasplante de órganos como todo un buen cirujano. Al final pudimos inflar las llantas para la travesía. Ya para esto había llegado Isaí y me dijo que me alistara pues ya iríamos a dejar el agua. Tome mi sombrero y partimos.
Nuestro viaje era uno largo, que se adentraba en la sierra prosiguiendo un camino de tierra, piedras y sube y bajas aun más rudimentario que los que teníamos en el rancho. Nuestro medio de transporte era un carretón tirado de dos de los más grandes toros que he visto. El más grande de ellos de un peso aproximado de 700 kilos. Bromee con Isaí diciendo que era bueno que no comía carne, pues esta bestia si serviría para entrarle duro a la arrachera. En nuestro viaje de aproximadamente una hora conversamos acerca de las bendiciones de Dios, de lo que pasa cuando uno se aleja de él y de su amor al esperarnos con los brazos abiertos aun cuando nos hemos alejado, del trabajo, la familia, las posesiones materiales y las cosas desagradables de la vida. Nuestra conversación fue sumamente natural y espontanea, sin mencionar el alto grado de espiritualidad de este noble hombre. Una vez más se puede confirmar que una de las mayores necesidades del hombre es de tener amigos y ser escuchados. Isaí es un hombre de rancho, fuerte, simple, trabajador, pero muy inteligente y espiritual. Uno de esos visionarios rurales que tratan de sacarle lo mejor a la vida, aun cuando otros los tiren de no seguir las reglas o la tradición. Su acento es muy peculiar, junto con la lingüística que usa, empleando palabras como anca, ancina, mesmamente, andabanos, etc. Me contó experiencias de su vida, de su liderazgo como padre de familia y del caminar con Cristo, como él las denominaba, las cosas de Dios. Su deseo de vivir un cristianismo práctico y el disgusto que sentía hacía su padre por ser un cristiano tan duro y rígido. El lleva la mayoría de las responsabilidades relacionadas con el trabajo, y a veces su trabajo es mal remunerado y tenido en baja estima. Al final llegamos, después de tanto polvo y sol, hasta la parcela donde tenía dos de las más finas yeguas. Yo abrí la puerta de la cerca y me coloqué en la puerta para que las yeguas no salieran corriendo. Les dimos un poco de alfalfa para que comieran alimento fresco y procedimos a descargar el agua que habrían de beber por la siguiente semana, alrededor de doscientos galones.
El camino de regreso fue más rápido y menos riguroso, o así lo percibí. Le comenté a Isaí que no se preocupara por su padre y su manera ruda de ser, la edad y la experiencia se encarga de doblegar a los más duros. Al final se dan cuenta que son tan tajantes que ni ellos mismos se soportan y entonces procuran cambiar. Le insté a que siguiera su caminar con Jesús y tuviera paciencia con su padre, que por su ejemplo podía ser impulsado a cambiar. Al acercarnos a la recta final de nuestro viaje, nos dimos cuenta que diferentes sembradíos estaban quemándose. Nos detuvimos pues el fuego se estaba esparciendo propiciado por el fuerte viento que corría. Bajamos para ayudar a la conglomeración de personas que ya sumaban sus esfuerzos para sus tierras no se quemaran. Desmontamos y cruzamos algunas cercas para ayudar a mitigar el fuego. Las llamas, las más feroces de ellas, alcanzaban alturas de diez metros. Tomamos palos para echar tierra y cerrar el paso a la llamarada. Isaí recordó que tenía una pala en una de sus parcelas de tierra y fue a recogerla para ser de más utilidad. A mí me pidió que tomara la carreta y la llevara hasta la casa de Abel, que estaba a una distancia relativamente corta. Era mejor que no se cocinaran los animales con el calor. Me encomendé al Señor y conduje la carreta y sus nobles bestias hasta una casa que no recordaba exactamente como llegar. Los mismos animales, acostumbrados por el camino me llevaron hasta la casa. Mi única dificultad fue pasar la carreta por la estrecha abertura de la cerca, en mis maniobras termine por arrancar un poste de la misma cerca. Mi primer ocasión manejando una carreta de bueyes y ya había tenido mi primer accidente.
La comida fue en el mismo lugar. Esta vez se me dio la comodidad de tomar soda, sin embargo dado el viaje y el percance con el fuego tenía una sed tenaz. Ya para esa hora la mayoría del rancho sabía que varias de las parcelas habían cogido candela y estaban trabajando para ahogar el fuego y evitar que el daño fuera mayor. Al regresar a la casa tome un baño que tanto ya necesitaba, pues el calor y el polvo de varios días pesaban sobre mí.
En la noche conté con la presencia de familiares de Florencio y de un doctor con su familia que, presto a su conversión, se ha tomado personal la obra de evangelizar a varios de los ejidos de estos rumbos. Mi oración era que Rosangela y Jesús Carlos vinieran pues el tema sería tocante al bautismo según la historia de Naamán en 2 de Reyes 5:1-17. Al final solo llego Rosangela y sus tres pequeños. La predicación me conmovió y siento que ha sido una de las mejores de la semana pues pude sentir más cercana la presencia de Jesús. Rosangela afirmó su decisión de bautizarse pero no este sábado. Yo le dije que la decisión sería, al final, entre ella y Dios, de igual manera faltaban dos días para el sábado. Al salir de la iglesia pude notar que muchos de los hermanos habían recibido el mensaje y por su expresión y su agradecimiento deseaban una reconsagración a Dios.
La cena fue mole, arroz y frijoles. Nuestra conversación giro alrededor de la predicación y de cómo preparaba mis sermones. Isaí deseaba saber cómo podía desarrollar un sermón. En ese momento y recapitulando los eventos del día me di cuenta que Dios me había traído allí para conversar con Isaí y reafirmarlo en el camino que había escogido. Estoy muy agradecido, ya casi a la conclusión de mi semana encontrar vislumbres de la misión que había de cumplir. El Jefe sabe los planes para cada uno, aunque empolvados y en letrinas, Dios envía a sus obreros a echarle candela al negocio, aunque tengamos otra idea de nuestra misión.